(Disculpandome por los horrores gramaticales propios de un aprendiz de escribidor)

martes, noviembre 01, 2011

La Suiganza de Kiko

Suena el celular, la impertinente llamada proviene de un número encriptado, el placentero descanso de Kiko se interrumpe cuando el rebuscado tono musical de su teléfono suena alrededor de la medianoche. Se despierta, mira la pantalla del equipo y rápidamente intuye de quien proviene, la fecha, hora y anonimato pronostican al remitente; después de una corta conversación se despide afirmando:

"Ok oficial, mañana a primera hora los espero para ir juntos a Huacho" 

Pocos minutos antes de las siete de la mañana rechina el timbre de la casa, tres empatados jóvenes, acholados, un tanto desgarbados y con facha de haber dormido poco tocan la puerta, con insolente persistencia se prenden al botón en la reja de entrada, son los miembros de la DIVPTID que la noche anterior hablaron con él. Mientras los oficiales esperan alguna respuesta conversan mirando hacia el cuarto en la parte superior de la residencia en Jesús María, por el balcón se asoma Kiko y pide aguarden en la esquina, que sale en un momento. 

Tal como anticipó en menos de cinco minutos llega donde están sus visitantes, al reconocerlos acelera el motor del auto haciendo roncar el escape, busca le presten atención y así lo logra. Cuando el circunstancial chofer llega donde están los policías ellos se encuentran revisando primeras planas de los diarios del día, el dueño del kiosco entre Cuba y Pachacutec es excepcional testigo de este encuentro. Apenas suben al vehículo Kiko toma la iniciativa ofreciendo tomar desayuno en el mercado del distrito que se ubica a solo tres cuadras.

Ante la aceptación de los efectivos se dirigen al puesto de la Sra. Lucha cerca de la entrada que hay en A. Marquez, ya sentados en la improvisada barra piden tamales, café, pan y un porción grande de chicharrón, Kiko paga por adelantado mientras sonríe con extraña sorna, aunque nadie percibe el mensaje mantiene su inusual rictus, con asolapada fijación repasa la cara de cada uno con esa curiosa expresión de suficiencia, sarcasmo y rechazo.

Mientras esperan la comida comentan sobre noticias del día, la conversación es fluida y de aparente cordialidad aunque también se percibe un atisbo de tensión, algo que enrarece el ambiente, que perturba el momento. Por lo menos dos de los tres efectivos así lo manifiestan, monosílabos como agrias y concretas respuestas a los comentarios de Kiko implican marcado desdén aunque también podría interpretarse como un histriónico papel elaborado adrede para atemorizar a su ocasional interlocutor; el rostro del aludido joven exhibe total indiferencia.

Una vez concluido el desayuno el técnico Gutierrez, a cargo del grupo, indica que deben salir inmediatamente, la cita es a las diez y deben llegar quince o veinte minutos antes al despacho del juzgado, Kiko replica:

"este carro tiene una preparación especial, verán que en la recta antes de Huacho meto la pata y fácil llegamos antes de la hora programada" 

Después de terminar de recorrer el tedioso tráfico de la periferia de la ciudad llegan hasta Ancón, las casas y negocios al borde de la pista, el saturado transporte público que obstaculiza el tránsito junto a la cantidad de personas que cruzan la pista y mantienen en ascuas a los conductores se disipan en cuanto aparece el enorme manto de arena que caracteriza la variante de Pasamayo, la ascendente y casi vacía cinta de concreto debidamente señalizada otorga a los viajantes la primera sensación de relajo desde que salieron.

El ambiente dentro del auto también se distiende, los pasajeros en la parte posterior del coche se estiran y acomodan, abren sus ventanas buscando descargar la pesadez, el calor que provoca el brillante sol que enciende la mañana. Casi de inmediato empieza un trabajo de ablandamiento, uno de los efectivos sentado atrás comenta que tiene urgencia para conseguir quinientos soles, los necesita a la brevedad, un televisor prometido a la mujer y el pago de la cuota mensual del colegio de su niña le tiene muy inquieto, su compañero al lado en tono cachoso refiere tener el mismo apuro y similares requisitos, mientras sonríe de manera sonora palmea la espalda del conductor.

Como si no hubiera escuchado o no estuviera presente, sin sorpresa ni expresión en su rostro Kiko sigue manejando sin embargo por el rabillo del ojo puede ver la cara del técnico Gutierrez sentado a su lado que afianza con movimientos de cabeza el chantaje en progreso.

Este es el estímulo definitivo, la gota que rebasa su sobriedad, la actitud y comportamiento que decide la inminente ejecución de su suiganza, la que viene elaborando en su psiquis o revoloteando en su cerebro como alternativa final. Es la culminación de todos sus problemas, la solución de los sucesivos conflictos que debió enfrentar desde niño y ahora ejecutan estos individuos.

El Toyota Corona con eje de levas modificado ya está en la recta a pocos kilómetros de su destino, el motor a mas de 4,500 revoluciones por minuto emite un embriagante sonido que cualquier amante del automovilismo sabe apreciar, surge de un sonoro escape de pulgada y media de diámetro finamente cromado. A mas de ciento setenta kilómetros por hora sobre el asfalto el bólido japonés se desplaza raudo y seguro, cuando cruzan vehículos que van en sentido contrario se genera una pequeña agitación de la carrocería, un ligero zamacón producido por el choque de vientos encontrados que cada vehículo produce y arrastra, en cada oportunidad el movimiento sacude a los pasajeros.

Una interminable recta que se pierde en la distancia, casi infinita, desaparece tras una pequeña colina sobre el horizonte del paisaje, por la velocidad que imprime Kiko no tardarán mucho en llegar hasta al corte en el cerro, trabajo hecho por los constructores de la ruta intentando mantener la pista en un mismo plano.

A toda maquina se acercan hasta el paso mencionado, sin visión hacia el otro lado pero con la certeza que la recta continúa Kiko sigue a extrema velocidad, solo faltando una centena de metros gira levemente el timón a la izquierda, con suma suavidad ubica el carro en la senda donde circulan quienes vienen en sentido contrario, los policías que dormitan no prestan mayor atención por lo que que el joven chofer sigue cumpliendo sin tropiezos su programada suiganza. Al momento de atravesar el corte en el cerro los oídos de todos los viajantes se saturan por el golpe auditivo que genera el pase del auto en el estrecho sendero, apenas lo superan Kiko emite un estridente y agudo grito que sobresalta a sus pasajeros, antes que pudieran reaccionar les insulta e increpa:

"Ahora nos vamos juntos, a la mierda, al infierno, me voy y los llevo conmigo, para siempre" 

En ese momento superan ciento ochenta kilómetros por hora, sus acompañantes semi aturdidos solo atinan a mirarse entre ellos, la sombra que crece frente al auto y llama su atención es de un enorme trayler cargado con treinta toneladas de minerales, mientras enciende y apaga sus luces en forma repetida hace sonar sus cornetas en desesperada acción preventiva. Por la velocidad que se acercan uno contra el otro, estando a menos de quince metros y solo a una fracción de segundo para embestirse mutuamente es inevitable la colisión

El Golpe del carro contra el camión fue espantoso, el pesado transporte engulle y aplasta al pequeño Toyota que termina destruyéndose mientras pasa bajo las llantas del tracto, hecho un amasijo de fierros retorcidos llega en pedazos hasta el primer eje de la carreta tras la cabina. El pesado vehículo rebota contra el suelo y el auto en forma repetitiva, abrupta, a cada salto sobre la carrocería del pequeño Toyota lo destroza mas, entre la pista y el chasis del pesado camión van quedando regados los restos del horrendo choque.

 El estridente, seco y metálico ruido que hicieron las carrocerías en el primer impacto fue brutal y el paso bajo del camión resulto espeluznante, sonidos de vidrios rotos, metales que se tuercen o quiebran y golpes secos rompen la monotonía del lugar. Un escenario dantesco va quedando sobre la pista, sangre salpicada entre los restos del carro, sobre el asfalto, en la parte inferior del camión o sobre las llantas tiñen de rojo diversos espacios; carne destripada, adherida a metales o trozos de cuerpos desperdigados junto a piezas del auto están tiradas por todos lados; metales retorcidos, olor a combustible y un repulsivo olor de aceite caliente y muerte invade el aire, al final solo queda vivo el aturdido chofer del camión, ensangrentado y  herido trata de recuperarse para salir de su vehículo. El viento que silba en forma frenética desvanece con rapidez la emanaciones resultantes de la tragedia.

Cuerpos totalmente mutilados quedan esparcidos entre lo que resta del Toyota, regados por la pista se pueden observar irreconocibles trozos de carne que podrían ser parte de las extremidades, de un cráneo o tórax. La cabeza de kiko intacta se ha desprendido del cuerpo y rodando termina deteniéndose junto a las llantas posteriores del trayler, en forma macabra mirando el escenario del accidente ofrece una sorprendente expresión de satisfacción, tranquilidad y sosiego, los primeros testigos que llegaron quedan atónitos pero horrorizados ante la irracional revelación del cráneo, su rostro parece aprobar el resultado final. Este fatal desenlace donde murieron todos lo que ocupaban el Toyota fue provocado por un frustrado joven que no encontró mejor solución a su problema que llevarse con él a sus ocasionales verdugos. 

Kiko era miembro de una distinguida familia Limeña, nieto de un potentado agricultor de cercano valle a la capital y menor hijo de uno de la docena de hermanos que tomaron las riendas de la hacienda a la muerte del patriarca, su niñez y juventud tuvo sinsabores propios de la idiosincrasia de cierta parte de la sociedad de Lima trabada en costumbres propias de mediados del siglo pasado, fue un joven privilegiado pero discriminado, de condición acomodada aunque siempre desestimado, marcado y relegado sin razón, sin sentido ni justificación, un joven de clase media que terminó finalmente absorbido por sus traumas, temores y complejos.

El oscuro color de su piel, un profuso acné que le dejó marcas imborrables en el rostro, sus finos modales que rayaban con la homosexualidad y el introvertido carácter que arrastró desde la niñez siempre le jugaron en contra; tuvo que lidiar por una constante discriminación y el rechazo que le infringieron las personas de su medio social. En la familia, el colegio, barrio o balneario de verano era menospreciado, marginado y hasta agredido, debió enfrentar el constante maltrato de sus allegados.

Sus errores de juventud al fumar hierba le causaron problemas legales que nunca pudo superar, la indiferencia o censura que siempre recibió fue una lacerante herida que terminó por minar sus virtudes e impulso a tomar medidas radicales para terminar con su vida. Incluso hoy,  muchos años después de su muerte son pocos quienes recuerdan la innata generosidad, don de gente y férrea lealtad que siempre esgrimió con sus amigos.

Trágico destino que Kiko no buscó, tampoco provocó ni alimentó pero recibió sin merecerlo... y a su modo resolvió.