(Disculpandome por los horrores gramaticales propios de un aprendiz de escribidor)

viernes, febrero 24, 2006

Otorongo

Mantenerse atento es esencial, repitía el guía con obstinación, luego agregaba, camine por el centro del sendero sin descuidar su entorno y no pierda el paso, no debe detenerse por ningún motivo ni disminuir el ritmo de la caminata. Fernando Gamero corea una y otra vez lo que exhortó su instructor, lo hace en silencio, solamente moviendo los labios, es la forma de conservar la calma sin perder concentración. Se desplaza bajo un cielo abierto recibiendo en el rostro vespertinos destellos de un majestuoso Sol, la estrecha senda que transita se encuentra salpicada con algunas avecillas y pequeños roedores, mientras estos pequeños animales recrean su andar, algunos matorrales parcialmente secos y salpicados algarrobos, complementan su escolta; por lo menos es lo único que Fernando ve o percibe, al fondo de la quebrada resalta el cauce de un riachuelo, otro importante consejo recibido fue no perder contacto visual con la indecisa ruta del Carvallo, nombre puesto al arroyo que fluye abajo en honor de quién lo redescubrió y puso en valor, como también hizo con el bosque seco, ruinas e incluso aborígenes que aún habitan por estos rincones perdidos.

Fernando llega a la fecha de la expedición con la moral en alto, se preparó física y mentalmente, realizó en el mismo bosque recorridos por trechos cortos, incrementó sus ejercicios diarios, conversó con personas que conocen la zona, planeó el ritmo de su caminata y tomó apuntes de las características de la ruta, hasta revisó textos de supervivencia. El día del acontecimiento, después de un ligero almuerzo, descansa media hora y se traslada al punto de partida, ahí lo espera junto al guía su compadre Jorge Díaz, este metódico amigo fue quién pasó en limpio la hoja de ruta y ordenó el descalabro que Fernando armó con planos y comentarios de antiguos viajantes, recibe con entusiasmo el documento y empieza a calentar, hace unos minutos de estiramientos para estimular los músculos de las extremidades para luego confirmar al instructor su disposición a partir, ambos personajes coordinan cronómetros y le dan la orden de partida.

Playa Rica, acogedora caleta al norte del Perú, abundante en pesca, Sol y finísima arena, es donde se instala Fernando Gamero, además de ser el poblado mas cercano al bosque, es morada de ancianos que le aportan datos sobre las costumbres de antiguos habitantes en la zona, el joven y estudioso investigador tiene como finalidad primordial ampliar su conocimiento sobre los primitivos pobladores del bosque seco del Parque Nacional Cerros de Amotape, descifrar algunos enigmas de la cultura que ahí se desarrolló y de paso resolver la misteriosa desaparición de algunos varones de Playa Rica en los últimos meses, la flora y fauna de este hábitat, tan diversa como plural será materia de posterior atención.

Insólito resulta para Fernando que las perdidas humanas sucedieran en el inicio de la fase de Luna llena, tiene conocimiento que las tribus preincas de este lugar adoraban el satélite terrenal, inclusive que el astro rige hasta nuestros días las costumbres de la colectividad que subsiste en estos parajes, se dice que la función reguladora de la Luna en el ciclo menstrual de la mujer determinó una asociación con la fertilidad de la féminas y generó su predominio en la sociedad que habita estos valles. La similitud de la idolatría a la Luna de estos aborígenes peruanos con culturas como la japonesa que tiene al dios Tsuki-Yomi que representa la Luna o, Coyalxauhqui diosa azteca de la Tierra y Luna le fascinaba. En el tiempo que radica en Playa Rica recibió mucha información de los ancianos, estos llegaron a confirmarle la actual existencia de tribus matriarcales en diferentes zonas de este bosque seco, los datos adquiridos le permitieron elaborar la teoría que los desaparecidos pudieran haber sido secuestrados por alguna de las tribus que habitan esta zona ante la carencia de varones en su clan o peor aún, el uso de estos como sementales para luego eliminarlos, esta segunda hipótesis la sostiene en base al reciente descubrimiento de huesos humanos dispersos que coincide con una antigua costumbre para denigrar a enemigos derrotados en enfrentamientos tribales.

El clima benigno del otoño le animó a realizar este periplo en la tarde, parte exactamente a las dos y quince minutos, su plan considera recolectar elementos inusuales, observar con asiduidad la ruta y sus vericuetos así como examinar la quebrada lechuga, donde aparecieron los huesos humanos, durante la primera hora marcha relajado, sin problemas ni sorpresas no obstante confirma la efectividad y precisión de la hoja de ruta elaborada por su compadre, al cumplirse dos horas prosigue todo normal, está concentrado, con reservas físicas pero aún sin ningún descubrimiento, pasan los minutos y avanza el reloj, no hay ocurrencias que resaltar salvo la extraña sensación de ser observado, sucedió hasta en dos oportunidades, alrededor de las seis de la tarde verifica su hora, Fernando lleva casi cuatro horas trotando sin encontrar ningún indicio o detalle relevante del asunto que impulso este recorrido, esto lo confunde, se siente frustrado por la carencia de evidencias, por momentos en su andar alza la voz y repite la muletilla inicial, le tranquiliza, le queda menos de la mitad de agua en la cantimplora pero de acuerdo a sus cálculos al coronar la pendiente que tiene al frente debe avistar su meta, a pesar del tiempo transcurrido Fernando cree mantener absoluto control de si mismo, no ha perdido la concentración ni se siente cansado, tampoco bajó el ritmo de la marcha y el calor aminora, conforme pasan los minutos vislumbra la culminación de la ruta planeada

Al superar la pendiente avista el refugio, su objetivo, lo distingue en la cúspide del cerro denominado tres hoyos por similar numero de abras en su cima, acelera el paso, quiere dejar atrás el fondo de la quebrada que debe atravesar, sabe que la oscuridad no es buena compañera en la hondonada, el hilo de agua que discurre abajo atrae animales de envergadura y reconocida peligrosidad, la pendiente le facilita apresurarse, debe anochecer en treinta minutos y todavía le restan dos horas de caminata, atraviesa la cañada con suma rapidez, al superarla e iniciar el ascenso siente alivio aunque nuevamente percibe algo raro que no llega a comprender, que lo vigilan o miran entre los matorrales además detecta lo que parecen imperceptibles ruidos de chapoteos sobre agua, afina su oído y vista tratando de encontrar alguna respuesta, no la encuentra y prosigue.

Había proyectado recorrer sin luz solar el menor tiempo posible y por la disciplina que lleva hasta ahora debe finalizar su marcha en el tiempo establecido. Al esconderse el Sol se tiñen de naranja las nubes, en el lado opuesto la Luna aparece redonda e inmensa, aún no refleja toda su luminosidad pero crece a cada momento en intensidad, Fernando se distrae, siente necesidad de detenerse por unos segundos para observar el hermoso espectáculo visual que ocupa todo el espacio, también quiere evaluar su inexplicable percepción, encontrar alguna respuesta a la extraña impresión de ser espiado, necesita hacerlo ahora y aquí (en la quebrada lechuga), muy atento disfruta el panorama celestial, se relaja por unos segundos, aprovecha el momento para sacar arena y piedrillas que entraron en sus zapatillas, sentado sobre una piedra suelta los pasadores, retira las medias para sacudirlas y expulsar el estorbo que invade sus pies, a sus espaldas escucha un rugido, siente un seco golpe en la cabeza y pierde la conciencia.

El otorongo es un felino sagaz, solitario y oportunista, su predilección por atacar presas grandes, el prolongado acecho de las mismas, la costumbre de atacar de noche así como la preferencia de hacerlo en quebradas son distintivas en este animal, exactamente estas fueron las facilidades que Fernando Gamero de manera involuntaria dio al animal, no estaba en sus cálculos tropezar con un depredador como el descrito, ni siquiera lo había considerado, solo tenia vagas referencias de la fauna existente y el tema no ocupó sus preferencias, mas bien fue desatendido, cuando Fernando sentía clavada una mirada, buscaba individuos, trataba de encontrar o descubrir en el mismo nivel de sus ojos, entre los matorrales, grueso error, los ojos del felino estaban a ras del piso o en la copa de algún árbol. Envuelto en su teoría y atención por las antiguas culturas descuidó otros aspectos fundamentales del bosque, matiz fatal que terminó con la vida y estudios de este investigador, quebrando la armoniosa y relajada vida de Fernando Gamero y acabando prematuramente con un valioso hombre de bien. Quizás la condición de ser un animal en vías de extinción y las escasísimas probabilidades de encontrar alguno minimizó la atención que correspondía. Atrás quedo su esfuerzo e intención de resolver los enigmas planteados, el conocimiento de las antiguos pobladores del bosque, la desconocida idolatría de estos hacia la Luna, la misteriosa organización de las comunidades matriarcales o la desaparición de habitantes de Playa Rica, todo frustrado. A su vez el otorongo asesino domina y preside el bosque, es su autentico dueño y una vez mas lo demostró.

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